Es obvio que una característica de las empresas con éxito es
la existencia de un férreo control sobre sus gastos e inversiones que permita
adecuarlos en todo momento a la variabilidad de los ingresos. Probablemente
debido a la poderosa fuerza de esta característica, en cuanto te descuidas y el
mercado se lo permite, los directivos intentar
aplicar un similar tipo de control a los mercados en los que operan.
Nada que objetar a este intento, excepto en los casos, por
desgracia cada vez más frecuentes, en los que la posición de poder de unas
pocas compañías les permite “manejar” el mercado a su conveniencia en perjuicio
de los consumidores. Por si alguien tiene dudas acerca de la realidad de este
proceso, vamos a recordar algunos mercados con concentración de poder en pocas
empresas y donde la entrada de nuevas, por motivos financieros, tecnológicos, de distribución o
políticos es casi imposible: agua corriente, electricidad, teléfono, gas,
música, cine, alimentación, TV, bancos, petróleo...
El perjuicio que se causa al consumidor con estas colusiones
del mercado es tan evidente que el poder de los organismos públicos de defensa
de la competencia es cada vez más poderoso en todo el mundo y cualquier tipo de
concentración empresarial y hasta de acuerdos de colaboración entre grandes compañías está sujeto a
aprobación previa por estos organismos. Otra cosa es su efectividad real y sus preferencias
hacia determinados sectores, lo que no vamos a discutir en este post.
Lo que me interesa destacar aquí es el daño que las
empresas se hacen a sí mismas cuando concentran sus esfuerzos
en controlar sus mercados en lugar de tratar de entenderlos y acomodarse a
ellos. Estas empresas pierden su capacidad de actuar como empresas, de
adaptarse y se convierten en diplodocus cuya única salida es reclamar más
subvenciones, leyes, ayudas, prohibiciones y castigos a los nuevos competidores.
No hace falta pensar demasiado para encontrar en España al menos dos sectores que
responden a estas características, (basta con buscar en los medios a los sectores
más llorones y pedigüeños y mira que es difícil encontrar un día en que no haya un
artículo de este tipo en la prensa, digital o escrita). El mercado lo crean los consumidores, nunca las empresas, y si con sus
juegos de control desconciertan demasiado a los usuarios, éstos no tardan en satisfacer
sus necesidades por otro lado.
Llama la atención que aunque el tema no es para nada nuevo, (Sofismas
Económicos (1845), cap. VII), algunos nunca aprenden.
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